Estábamos esperando el día que menos nublado estuviera para acercarnos ver la Estatua de la libertad y además, desde allí, las vistas de la ciudad. Nos hicieron los peores días de la historia de Nueva York así que esperamos, esperamos y esperamos hasta que una noche vimos en Internet que al día siguiente iba a hacer fresquito pero no iba a llover, ya teníamos día para la estatua.
Nos cogimos el metro hasta Bowling Green, línea directa, caminamos un poco por la zona para que mi amiga viera Battery Park y alrededores. Vio la cola que había, mas larga que la muralla china, para coger el barco que lleva a la isla donde está la estatua de la libertad y me miró con cara de “¿tenemos que hacer esta cola? Si lo llego a saber pasamos la noche aquí con el saco” pero antes de que dijera nada y de que se le saliera la ceja de tanto subirla le dije que nosotras no íbamos a esperar esa cola ni a pagar los millones de dólares que cuesta coger ese barco. Le expliqué que íbamos a coger un ferry que cogen todos los días las personas que quieren cruzar desde Manhattan hasta Staten Island o viceversa, que es gratis y que íbamos a ver la estatua bastante cerca, aunque no íbamos a sentarnos en una de las uñas de su pie para la foto. Que esto nos iba a costar cinco minutos de espera y la insignificante suma de cero dólares, bueno si quería invitarse a un perrito no iba a ser yo la que dijera que no. Aceptó más que convencida, aunque no hubo suerte con el perrito.
Fuimos a la estación donde se coge el ferry, había muchísima gente. No habíamos caído en que era Semana Santa...Familias con niños, parejas, turistas, trabajadores…Parecía gratis. Así que empezamos a trazar la estrategia para coger un buen sitio en el ferry para las fotos. No me acordaba si el ferry giraba al dirigirse hacía Staten Island así que después de deliberarlo nos jugamos todas las cartas a una “Tu vete corriendo hacía el lado derecho” le dije a mi amiga. Si el ferry giraba no íbamos a ver ni las gaviotas pero había que jugársela. Abrieron las puertas del ferry, teníamos claro que no íbamos a poder coger buen sitio pero lo íbamos a intentar pasando por encima de cualquier problema, incluso por la pájara cincuentona que nos miraba en plan “por aquí no os vais a colar ni de coña así que ni lo intentéis”. Como al final unas piernas ágiles valen mas que la mala leche, y hablo de las piernas de mi amiga y no de las mías y de la mala leche de la pajarraca, nos colamos por su lado y nos fuimos corriendo a coger buen sitio. Esquivando a la gente en plan atletas en las olimpiadas “¡sígueme que veo un recoveco!” “¡Tu continua que no puedo mas!” “¡Te espero allí!” En ese momento me di cuenta de lo importante que es para el día a día estar en forma. Tres minutos después estábamos pegadas a una de las barandillas del barco, con la estatua de la libertad enfrente, el barco no giró, y encima con dos asientos libres para nosotras. Una de dos, o la gente en el intento de llegar se cayó por la borda o el barco era mucho más grande de lo que parecía porque era como si estuviéramos solas allí, mi amiga, el capitán y yo, y todo el mundo desaparecido.
Fotos por aquí, fotos por allá. “¡Ponte ponte que la tienes justo detrás!” “¡Que aire! ¡Haz otra foto que salgo con unos pelos!” “Que no, que sales bien. Uhy pues no, espera que te haga otra que parece que has metido los pelos en un enchufe”.
A los tres minutos estábamos metidas dentro con un frío y unos pelos que no podía salvar ni Llongueras. En ese momento fue cuando descubrimos donde se había metido la gente, todos dentro pasando del frío, que listos. El ferry llegó a su destino, nos bajamos y esperamos, como el 99% de la gente que venía con nosotros, para coger el ferry de vuelta a Manhattan. Entonces fue cuando vimos a una familia de judíos ortodoxos, que podían ser mis vecinos perfectamente. Cuatro hijos de menos de diez años, todos iguales, y a su vez iguales al padre pero con los ojos como la madre, grises. De repente aparece uno mas y después otro…¡seis! Pero los padres eran bastante jóvenes, la chica debía tener entre veinticinco y treinta años y ya tenía seis churumbeles. Estuvimos jugando con los niños, bueno, ellos nos miraban, nosotras sonreíamos y ellos se escondían detrás de su padre. No se si jugando o aterrorizados por las caras que les estaban poniendo esas dos extranjeras tan extrañas.
Nos montamos en el ferry, directamente dentro, bastante frío habíamos pasado, y empezamos a ver correteando a los niños judíos de un lado para otro. Nos cruzamos con el padre y una de las niñas que iba en carro y vemos que a la niña la han cambiado de ropa, muy rápidamente, y nos quedamos sorprendidas. Al rato vemos a la niña que se suponía que habían cambiado de ropa pero con la misma ropa que al principio…Y al final vemos a dos niñas iguales pero con diferente ropa. "¡Eran gemelas y solo habíamos visto a una mientras esperábamos! ¡Entonces no son seis si no siete! Vaya macho man…" Y así pasamos el viaje de vuelta a Manhattan.
Salimos del ferry y nos fuimos a ver la zona de Wall Street, el toro famoso de bronce, ¡más cola para hacerse la foto con él que en cualquier otro sitio! Y después nos subimos andando a China Town cruzando Tribeca.
Mi amiga quería dar una vuelta por China Town y Little Italy y hacer algunas compras por allí pero yo me tenía que ir a clase así que lo que hicimos fue dar una vuelta por China Town, Canal Street, y después quedamos con otra amiga y así las dos podían ir a dar una vuelta por Little Italy, que está al lado, y hacer unas compras por allí. Mientras yo me fui a dar clase. Quedamos en dos horas en la esquina de Canal St con Broadway.
Me fui a dar mis clases y dos horas después allí estábamos las tres, en la esquina. Como les había dado tiempo a ver todo bastante bien, no es muy grande, nos fuimos a dar un paseo por Lower East Side que es una zona bastante curiosa y que también tiene su encanto, al lado de China Town, hacía el este.
Dimos un paseo por Lower East Side y tres cuartos de hora antes de atardecer nos cogimos el metro hacía el Empire State para verlo de día, anocheciendo y de noche. Cuando llegamos allí…..¡Una cola que daba la vuelta a la manzana!. Otra vez no nos habíamos dado cuenta del pequeño detalle ¡Semana Santa! Normalmente no hay cola para subir al Empire State, quizás un poco en verano o navidades pero nada como la que había ese día. Preguntamos a la gente de la cola y nos dijeron que el tiempo estimado de espera era de cuatro horas…Estaba apunto de atardecer así que definitivamente no merecía la pena, nos fuimos. Objetivo, al día siguiente a primera hora de la mañana allí.
Con el medio disgusto de no haber podido subir al Empire, nos fuimos a consolarnos con lo único que en ese momento podía hacerlo, comida.
Una amiga japonesa me había recomendado un restaurante bastante bueno y a buen precio que se llamaba Shabu Tatsu. La decoración y el ambiente muy acogedor y tranquilo, la comida muy buena y barata. Los camareros muy simpáticos. Lo único malo es que en esta zona los restaurantes son bastante pequeños, seis mesas o menos, así que normalmente o reservas o te toca esperar. Nosotras tuvimos que esperar unos tres cuartos de hora pero mereció la pena.
Con la tripa como chinches y el itinerario para el día siguiente discutido, andamos unos veinte minutos para coger el metro y nos fuimos para casa. Como cada noche, nos dieron las mil hablando y comentando el día. Esta noche Times Square no nos pillaba de paso.
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Es que no te has dado alguna vuelta por Atlantic City y te has hecho unas pelas en los tragamonedas?
ResponderEliminarQue va Manuel, la verdad es que lo de jugar ni fu ni fa y como ya estuve en las vegas ya lo experimente aunque si surge el viaje yo no digo que no :)
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