Cogí el avión a Nueva York sin conocer a la persona que me iba a recoger al aeropuerto y que además me iba a acoger en su casa por unos días. Era un buen amigo de un amigo de mi hermana.
No le conocía pero después de haber intercambiado unos cuantos correos me dio la sensación como si nos conociéramos de antes, de estas personas con las que conectas desde el principio.
Cuando llegué al aeropuerto pasé el control de seguridad sin problemas, recogí mis maletas y salí a la zona de recogidas. Llegaba con un poco de retraso. Allí debía estar esperándome Adrián, del que la única referencia que tenia era una foto que me había mandado en la que salía el haciéndose una foto a un espejo con una cámara profesional por lo que se le veía menos de media cara.
Cuando salí a la zona de recogidas empecé a mirar de un lado a otro pero no encontré a nadie que se pareciera al chico de la foto, o al ojo y media nariz y labio que había visto en la foto. Pasaron unos cinco minutos y nada. Empecé a pensar en la posibilidad de que le hubiera surgido algo y no pudiera venir a recogerme. Plan B: te coges un taxi a Times Square y buscas un hotel económico por la zona. Cuando estaba pensando en mi plan B vi venir hacia mí un chico. Estaba segura de que era Adrián. “¿Marta?” sonreí y nos dimos un abrazo.
“¿Cómo ha sido el viaje? ¿Estas cansada? ¿Querés comer algo?” Todo esto mientras íbamos hacía el coche.
“No gracias, estoy bien. Nos han dado bastante comida en el avión así que no tengo hambre. No he podido dormir nada porque no paraba de pensar en la locura que estaba haciendo.”
“No es una locura mujer, ahora me contás en el coche”
Y nos pasamos todo el camino a casa hablando. Llegamos a su casa, en Brooklyn, dejamos las cosas y comimos algo. La casa era bastante acogedora y él era muy simpático y atento. Vino a recogerme al aeropuerto a las seis de la tarde y estuvimos hablando en el salón de su casa hasta las cuatro de la mañana sin parar. No podía creer como podía haber una persona a la que acababa de conocer que me comprendiera tan bien y que diera tan buenos consejos. Estaba totalmente impresionada con las cosas que me contaba sobre cuando y en que circunstancias llegó él a Nueva York y todas las cosas por las que había pasado en la ciudad. Llevaba más de veinticuatro horas sin dormir pero no importaba, no podía dejar de escuchar. Esa noche me fui a la cama pensando que solo por haber conocido a Adrián había merecido la pena venir.
Me desperté habiendo dormido solo cinco horas, yo que me encanta dormir y habiendo estado mas de veinticuatro horas sin dormir, el efecto Nueva York empezaba.
Unas semanas antes de ir a Nueva York había estado buscando apartamento entonces la idea era ir a verlos y en cuanto me gustara uno me iba de casa de Adrián, calculaba entre uno y tres días. Así que avisé a los dueños de que ya estaba en Nueva York y ese mismo día me fui a ver dos apartamentos.
La primera vez que cogí el metro, a pesar de que ya había estado en la ciudad un par de veces, me perdí, me fui a Sebastopol, pero tenía todo el tiempo del mundo para perderme así que no había problema.
Iba caminando por la calle como si fuera en una nube, observando cada detalle, mirando a cada persona e intentando absorber el máximo número de imágenes, ¡estaba viviendo en Nueva York!
Muy ilusionada y optimista me fui a ver las casas que tenía para ese día. Desastre…Acostumbrada a vivir en una casa con muebles que pegan y que tienen menos de cincuenta años donde todo huele bien y la puerta te da sensación de seguridad y no es de cartón piedra. Cuando volví a casa se lo conté a Adrián y me dijo que no me preocupara que iba a ver casas mucho peores. Esa noche para subirme un poco el ánimo me llevó a dar una vuelta en coche por Brooklyn. Fue genial. Hacía una temperatura perfecta, íbamos con las ventanillas medio bajadas y con el airecito entrando por las ventanas. Adrián sabe todo sobre todo así que me iba explicando cada zona, cada edificio, cada parque. Me dijo que me iba a llevar a un sitio especial. Yo pensé “¿un sitio especial en Brooklyn?” Lo único que había visitado de Brooklyng las veces que había estado en la ciudad había sido el puente y desde el lado de Manhattan.
Nos bajamos del coche en un barrio con las casas típicas americanas, una zona muy bonita, residencial, pero no había ni un gato por la calle. Yo pensando “¿Dónde me lleva este ahora?” cruzamos un par de calles estrechas con edificios altos y de repente lo vi. Impresionante. Nos habían dado las once o doce de la noche, era totalmente de noche, esa zona no tenía mucha iluminación pero al pasar la última calle te encontrabas con esa imagen tan increíble y llena de luz. Se veía todo Manhattan con todos sus rascacielos llenos de luces en las oficinas, el puente de Brooklyn enorme y hasta la estatua de la libertad a lo lejos. Me quedé impresionada y por unos cuantos minutos no dije nada. Sin duda aquella imagen me había recordado donde estaba y me había llenado de energía. ¡Estaba viviendo en Nueva York! Y tenía muchas de las cosas más emblemáticas de la ciudad ante mí, el puente de Brooklyn, el espacio de la zona cero, el edificio Chrysler, el Empire State, la estatua de la libertad y todo iluminado. Estábamos en la Promenade de Brooklyn, justo al otro lado de Manhattan.
Esa noche si dormí como un lirón. Me levanté a medio día y miré mi correo. Desde Madrid había empezado a buscar estudiantes de español en la ciudad y tenía dos personas interesadas. Ese día había quedado con uno de ellos y además tenía otro apartamento que ver.
Fui al encuentro de mi primer estudiante y madre mía, el chico no hablaba ni papa de español, yo con inglés de colegio, o sea hello, how are you? Y poco más. Lo pasé un poco mal porque no nos podíamos entender bien pero entre la mímica, su teléfono súper tecnológico que tenía traductor y el inglés que yo había aprendido, o inventado, en los viajes que había hecho nos medio entendimos, una hora, al final hasta estuvimos mas porque estábamos en nuestra salsa.
Después me fui a ver el otro apartamento. Estaba en Brooklyn, en frente de Prospect Park que es el parque más grande de Brooklyn, de los mismos diseñadores que Central Park, y tenía muy buena pinta. Lo único que me echaba para atrás es que era la única blanca del barrio, pero cuando digo única es única, encima yo que parezco copito de nieve.
Cuando llegué a casa le conté a Adrián sobre el apartamento que había visto y él me dijo que era una buena zona y que además tenía el parque enfrente y durante el verano se hacían allí muchos conciertos, fiestas, barbacoas…Así que decidí que me iba allí.
A la mañana siguiente me fui al apartamento con una de mis maletas y el dinero del alquiler. La chica pedía el dinero de los dos meses por adelantado así que ese día solté mas de la mitad del dinero del que disponía para esos meses.
Acomodé todas mis cosas y me fui a conocer a mi segundo estudiante, con el que casi dos años después sigo. Mi primera noche en el apartamento y sin Adrián fue súper rara porque me sentía sola y un poco fuera de lugar. Ahí es cuando empezó mi aventura.
Tengo que reconocer que los primeros días no fueron fáciles y que incluso llamé a Adrián diciéndole que no estaba segura si quería vivir en ese apartamento. Él me recomendó que tuviera paciencia, que en unos días iba a sentirme bien pero que si veía que no podía siempre podía irme a su casa de nuevo. La gente me miraba extrañada porque no pegaba nada en ese barrio. Una chica blanca, rubia y un inglés perfecto…Estoy segura que la gente al principio pensaba que me había perdido. Después me sentí como en casa, saludando a la gente en la calle, ellos a mí, hablando con los vecinos y con los porteros, con los de la tienda y hasta con la gente en el parque. Después del tiempo que llevo aquí, lo tengo claro, este fue el mejor apartamento en el que he vivido en Nueva York, ¡y me quejaba!
Los días siguientes los pasé investigando el barrio, buscando supermercados, paseando por el parque, colocando mis cosas en el apartamento para sentirme mas en casa, buscando trabajo y disfrutando la ciudad. Nueva York en verano es más increíble que nunca.
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