Era nuestro último día en Kyoto pero además el último en Japón así que con toda tranquilidad e intentando hacer que el tiempo fuera mas lento de lo que iba, nos fuimos caminando hasta uno de los templos mas bonitos de Kyoto, el Templo Ginkakuji o Pabellón de Plata.
No se muy bien porque es llamado Pabellón de Plata porque lo cierto es que no tiene nada de plata, ni si quiera plateado. Desde la estación de tren de Kyoto hasta el templo hay unos cuarenta minutos andando, nada imposible de hacer pero hacía mucho calor y lo peor de todo es que nos habíamos quedado sin efectivo, era domingo, por lo que no podíamos cambiar euros ni sacar dinero de un banco y en ningún super mercado nos aceptaban tarjeta... Así que teníamos justo dinero para comprar 2 botellas pequeñas de agua, tan justo que nos sobró solo un céntimo...Así que ni desayuno ni nada, y a administrar bien el agua que no había mas que eso. Solo por esto, no poder beber mucho con el sol que hacía, se nos hizo un poco largo el camino. Para quien quiera hacerlo en autobús, desde la estación sale el número 100 y deja en el templo. Nosotras no teníamos dinero ni para el autobús...
La calle que tienes que subir hasta llegar al templo está llena de tiendecitas de recuerdos, de puestos de comida y helados, de bebidas...Con el calor que hacía, el producto estrella era sin duda el helado, la mayoría lo tomaban de te verde, y basta que no puedas para que lo quieras...Hubiéramos matado por un helado, pero no había capital. Teníamos mas hambre que los pavos de Manolo pero en ningún sitio aceptaban tarjeta Visa o Mastercard pero lo que si aceptaban era a turistas curioso por probar los dulces típicos japoneses....En todas las tiendas de dulces había muestras de unos dulces típicos suyos, dulces que no son muy muy dulces, y aunque ya los habíamos requete probado mil veces durante el viaje, el hambre nos indujo a "reprobar" los dulces en todas las tiendas de esa calle y a aceptar todas las tazas de te, caliente o frío, no importaba, que nos ofrecían.
Una vez desayunadas, entramos en el Templo. Puede parecer que visitar tantos templos llega a ser aburrido o repetitivo pero en absoluto. Cada templo es completamente diferente a lo que hayas visto antes, cada uno destaca por una cosa que los otros que has visto no tenían o no tenían tan grande o tan especial.
En este caso, lo que mas me sorprendió, mas allá de la belleza en si de las edificaciones, fue la montaña donde se encuentra el templo desde la que puedes ver Kyoto. Al entrar, un pasadizo de paredes de vegetación te da la bienvenida y te lleva hasta un precioso jardín de arena blanca perfectamente rastrillado creando imágenes.
Pequeños altares aparecen durante el recorrido de manera espontánea hasta llegar al edificio principal, con su magnifica terraza de madera que sobresale de la montaña para hacerte sentir volar sobre Kioto.
En este Templo hay una curiosa tradición que dice que si una persona camina desde una roca del amor a la otra roca del amor, dos rocas especiales que distan una de la otra unos quince metros, con los ojos cerrados y consigues tocar la segunda sin desviarte y sin que nadie te indique, entonces encontrarás al amor de tu vida.
Yo lo hice, mas quizás por la curiosidad de si lo conseguiría que por otra cosa pero el caso es que lo conseguí y todos sabemos que la sabiduría tradicional japonesa es muy precisa así que a la espera me quedo :)
Según sales del templo a la calle de las tiendecitas, girando a la derecha hay una calle muy bonita con tiendecitas que dan a los escalones de esta calle. Un lugar con mucho encanto lleno de tradicionales casas de té donde tomarse un respiro y descansar. Esta zona con sus estrechas callejuelas es de las que mas me ha gustado de todo Kyoto, quizás no salgan en las guías pero merecen la pena.
Al final de la calle, sin esperarlo, nos encontramos con un pequeño templo. Al entrar en el recinto vimos un enorme buda de piedra que salía de entre la vegetación de la montaña, impresionante. Quisimos entrar a verlo mas cerca pero ya estaba cerrado. Continuamos por el recinto hasta llegar al templo principal y fue allí donde nos encontramos un jardín de arena blanca donde se podía ver, hecho con rocas de la zona, la cola de un dragón entrando y saliendo de la arena. Algo super original y elegante que nos encantó.
Al salir del templo unas empinadas escaleras bajaban hasta una de las calles que llevan al Parque Maruyama donde se encuentra el cerezo mas antiguo y bonito de la ciudad. La pena es que ya no estuviera en flor, pero cuando vuelva a Kyoto procuraré que sea en época de floración para poder verlo.
Aquí llego la última situación curiosa del viaje. Después de preguntar en cuatro o cinco restaurantes si aceptaban tarjeta de crédito y de que nos dijeran que no, llegamos a un restaurante con mas hambre que Tobias en el que si que aceptaban. Comimos muy bien, bastante cantidad y todo muy rico. No nos privamos porque era nuestra última como en el país así que nos dejamos llevar.
Cuando fuimos a pagar, el dueño pasa la tarjeta y da error. Vuelve a pasar la tarjeta hasta cinco veces. Le damos otras dos tarjetas de crédito que llevábamos para probar, nada. Nosotras con una vergüenza...Pero claro, se suponía que si que aceptaban, de hecho insistimos mucho con eso al preguntar y el dueño nos dijo que si, que no había problema.
Media hora después de pasar las tarjetas sin éxito, llamar a atención al cliente de Visa y Mastercard y de que nosotras pasáramos un mal rato, le dije al hombre que lo único que se me ocurría era que nos diera un número de cuenta y que cuando llegáramos a España le hiciésemos una transferencia por el valor de la comida.
El señor nos dijo que no era nuestra culpa y tras disculparse repetidamente mi amiga se dio cuenta de que llevaba veinticinco euros en la cartera. Por supuesto, el valor de la comida era mas del doble de eso pero era lo único que podíamos ofrecerle.
El dueño nos dijo que le parecía bien que le diéramos esos euros ya que al fin y al cabo no había sudo nuestra culpa y que sentía mucho todo... Salimos del restaurante sin poder creer lo que acababa de pasar, no en si el quedarnos sin dinero si no la reacción del señor.
Otro ejemplo de lo serviciales que son los japoneses, de la poca picaresca que tienen, de la forma que tienen de sobrellevar los problemas, de la calma, del cuidado por el visitante, huésped, cliente...Una reacción ejemplar. ¿Qué hubiera pasado si esto nos hubiera ocurrido en Nueva York, Madrid, Londres...?
Desde aquí nos fuimos caminando hasta Gion para despedirnos de la ciudad y de Japón desde uno de los lugares mas auténticos que habíamos visto en todo el país. Quizás no el mas antiguo o mas característico pero si un ejemplo de lo que es en si Japón, un país muy moderno pero que tiene como espina dorsal su tradición, cultura y patrimonio respetándolo y manteniéndolo en su día a día.
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